La democracia ateniense ha sido ampliamente considerada como el primer ejemplo de un sistema democrático. De hecho, el término democracia proviene del antiguo griego y fue acuñado en Atenas en el siglo V a. C. a partir de los vocablos: demos y kratos, que pueden traducirse respectivamente como “pueblo” y “poder”.
Esta conclusión ha sido cuestionada por posturas que argumentan que en la denominada democracia ateniense solo una pequeña minoría de la población tenía derecho a participar, quedando excluidos los colectivos de personas trabajadoras, esclavas, campesinado y quedando también excluidas del diálogo social las mujeres.
En todo caso, el significado del término ha cambiado con el tiempo, y la definición moderna ha evolucionado mucho, sobre todo desde finales del siglo XVIII, con la sucesiva introducción de sistemas democráticos en muchas naciones y sobre todo a partir del reconocimiento del sufragio universal y del voto femenino en el siglo XX.
Dado que la dimensión de los Estados nacionales no hace posible una democracia de tipo asambleario, se ha optado en el mundo moderno por el esquema del gobierno representativo en el que la ciudadanía, al objeto de poder desarrollar de manera plena su vida privada, decide delegar la participación en la vida política, dejando en manos de personas elegidas como representantes la toma de decisiones.
Siendo la democracia el mejor sistema de gobierno de hombres y mujeres hasta la fecha, me pregunto si podríamos avanzar en la puesta en marcha de instrumentos democráticos dentro de nuestro círculo de influencia que garanticen que las personas que toman decisiones sobre el bien común estén expresando los verdaderos deseos de las personas a las que se gobierna.
En un post anterior, mencioné la importancia de la confianza. Ineludiblemente, la delegación de la toma de decisiones sobre cuestiones que afectan al bien común debe asentarse en este principio. Este aspecto no solo da para un post, sino para una trilogía. Pero en los tiempos que corren y visto lo visto, a mí se me antoja que la gestión de lo público también exige la involucración de la sociedad civil.
La «Sociedad civil» se concibe como el espacio de vida social organizada que es voluntariamente autogenerada, independiente, autónoma del Estado y limitada por un juego de reglas compartidas. Posibilita que la ciudadanía actúe colectivamente en la esfera pública para expresar sus intereses, pasiones e ideas, que permita generar un diálogo social entre mujeres que sirva para intercambiar información, alcanzando objetivos frecuentes con la sociedad.
Dado que las instituciones suelen encarnar el mantenimiento del paradigma reinante y del status quo, la sociedad civil ha sido en muchas ocasiones históricas la protagonista de poner sobre la mesa las incoherencias del sistema y la encargada de presionar para lograr avances que de otra manera hubieran sido impensables. El reconocimiento con mayúsculas de la igualdad y el respeto a las personas, incluyendo la vertiente de género, es una tarea que, independientemente de los avances que institucionalmente puedan plantearse, es uno de los intereses que la propia ciudadanía debería enarbolar como demanda social y como base de sus principios y valores, trabajando porque sea escuchada y respondida.
Para ello, el primer paso es la aplicación efectiva de los derechos y unos mínimos de justicia social que garanticen que todas las personas tienen condiciones suficientes para vivir con dignidad. De otra manera, el juego se convierte en una broma de mal gusto… nadie que no tenga para comer va a poder preocuparse de la participación y el debate público.
A partir de ese punto, es necesario recuperar y fortalecer el valor del diálogo como la forma de descubrir de manera compartida lo que es bueno o justo. El todo siempre ha sido más que la suma de las partes, pero esto que se dice muy bonito, no es nada fácil. Porque construir de manera compartida, cuesta mucho esfuerzo y que persona está dispuesta a pasar por el “calvario” o la “aventura” (según se mire) de buscar el consenso.
Os dejo una reflexión: ¿de qué manera la articulación de la Sociedad Civil puede contribuir a que las necesidades de las mujeres sean escuchadas y respondidas? ¿Cómo puede EmakumeEkin contribuir a un diálogo social entre mujeres?
Autora: Idoia Postigo