¿Alguien ha conocido alguna vez tiempos completamente favorables? ¿Ha vivido alguna vez la humanidad sin violencia, mentira y maldad?
Como bien menciona Adela Cortina, Catedrática de Ética y Filosofía Política de la Universidad de Valencia y primera mujer que ingresó en la Real Academia de CC. Morales y Políticas, desde su fundación en 1857, hay economistas que mantienen que las crisis son cíclicas, por lo que básicamente ya tocaba una, y que “lo que no son cuentas, son cuentos”. Sin embargo, a nadie se le escapa que detrás de la crisis actual, además de los mercados, la prima de riesgo, los bancos malos y las subprime, también hay personas, con nombre y apellidos, de carne y hueso, que han tomado decisiones éticamente malas; que esas decisiones han causado daño a personas inocentes y que, se da la casualidad mira tú por dónde, que normalmente esas personas dañadas son las más vulnerables y más débiles.
La cuestión que se plantea en un contexto como este es la libertad de decidir y actuar que tiene el ser humano y que, más allá de todo tipo de condicionamientos (que haberlos “hailos”), hace que tenga la última palabra en lo que a su forma de comportarse se refiere. A veces, muchas, la libertad no es cómoda, porque nos hace responsables y la losa pesa.
El hecho de que el Teniente Coronel nazi Adolf Eichmann, responsable de la solución final en Polonia, sentenciado a muerte en 1961, alegara que no sabía lo que estaba haciendo, pues sólo se limitaba a cumplir órdenes, es decir, que no era libre, inspiró a Stanley Milgram de la Universidad de Yale a que llevara a cabo el experimento de la falsa máquina de electrocutar también en 1961.
Aquel experimento psicológico de dudosa deontología ética también inspiró a su vez, diez años más tarde, a un amigo de Milgram, Philip Zimbardo, a que desarrollara la experiencia de la cárcel de Stanford, en la que trata de probar la impresionabilidad y la obediencia de la gente cuando se le proporciona una ideología que legitima su comportamiento.
Sin embargo, y además del cuestionamiento ético actual de esos experimentos, detrás de ese telón, se esconde la absoluta y trascendente realidad de que, como decía Sartre, “el ser humano está condenado a la libertad” y, por consiguiente, al final la responsabilidad final de sus actos es únicamente suya. No vale entonces tratar de protegerse en el cumplimiento de órdenes, en las costumbre sociales, en la carga genética o en la educación que he recibido para obrar de una manera no ética.
La responsabilidad de ser libre, obliga al ser humano a dar la cara, sin escudos, y a asumir las consecuencias de sus actos, independientemente de lo que hagan el resto. ¡Busca, aprende y actúa por ti misma, en libertad y con responsabilidad!
Autora: Idoia Postigo