Hoy es uno de esos días en los que todo me sale del revés. Será el viento sur, pero me he levantado con desgana, he discutido con mi marido, casi no he visto a mis niños… Luego, al llegar al trabajo, nos han confirmado que el proyecto no continúa…. ¡Qué bien habría hecho quedándome en la cama!
Pero digo yo: ¿y qué soluciono quedándome en la cama? ¿Se van a resolver las situaciones si me quedo lamiéndome las heridas? La respuesta es ¡NO! Capacidad de superación o resiliencia. Prefiero elegir ese camino. Me tranquiliza saber que somos capaces de sobreponernos, de avanzar y de resolver esas situaciones difíciles que la vida pone en nuestros caminos.
Esta habilidad innata (sí, innata, toda persona la tiene, más o menos desarrollada, pero la tiene) nos permite continuar, readaptarnos y aprender. Tras una situación difícil, no volveremos a ser iguales, pero lo más importante: volveremos con un aprendizaje hecho. Además, es posible que ese aprendizaje se absorba casi sin darnos cuenta.
La resiliencia está ahí. Es nuestro tesoro. Se trata de custodiarla, cultivando día a día todo posible conocimiento y actividad que enriquezca nuestra capacidad intelectual y emocional. Así como es bueno saber que la resiliencia está ahí, esperando activarse ante un episodio doloroso, es bueno tener en claro que hay salvavidas, redes de contención y apoyo, para salir a flote y volver a empezar.
La resiliencia no implica volver al funcionamiento previo a la situación que ha causado nuestro malestar, sino que tiene un aspecto de transformación positiva. El ser humano cambia, avanza y se recoloca. No es un metal que permanece estático. Nuestro entorno nos afecta y ser capaces de aprovechar esos cambios para nuestras propias transformaciones en positivo nos lleva a crecer psicológicamente, a intentar ser personas más plenas que antes de la situación adversa.
Aprovechemos, terminaremos el proyecto lo mejor posible, ayudaremos hasta donde nos dejen y yo, por mi parte, haré un “reset” de mi día y me recolocaré.
Autora: Mari Carmen Garrido