Tengo la sensación de que muchas veces vamos construyendo nuestra vida, tomando las decisiones que van conformando nuestra personalidad, como si fuéramos en piloto automático. En este artículo quiero reflexionar alrededor de cómo tomo las decisiones de mi vida y como evitar los estereotipos de género en la sociedad en la que vivimos.
Achacamos al ritmo frenético y a las obligaciones, la falta de un espacio para meditar y para plantearnos con rigor y seriedad, si nuestros actos, y si la vida que construimos cada día con nuestras decisiones, concuerda o no con el modelo de persona que teníamos previsto. Suele ocurrir también que hay personas que por este motivo, en un momento u otro de su itinerario vital, atraviesan por verdaderas crisis existenciales, porque un buen día, se levantan de la cama y cuando se miran en el espejo descubren que no les gusta lo que ven. ¿Cómo he podido llegar hasta aquí?
En muchas ocasiones, esto se debe a que no hemos hecho el ejercicio ético de preguntarnos por el sentido de nuestra existencia y, como consecuencia, no nos hemos cuestionado el cúmulo de creencias, ideas, pensamientos y sentimientos que nos han guiado en la infinidad de situaciones y de decisiones más o menos trascendentales que tomamos cada día y que nos construyen como personas y construyen nuestra propia vida en interacción con los demás.
Por lo tanto, debe catalogarse casi como una necesidad vital, la búsqueda de un espacio de auto-cuestionamiento y aprendizaje sobre los pasos que voy dando y los resultados que mis actos producen, en mí y en mis semejantes.
Variables del entorno: ¿influyen los estereotipos de género?
Es más que evidente que nuestra forma de ver el mundo está condicionada por infinidad de variables, desde nuestra carga genética, hasta nuestra educación, pasando por nuestro entorno, las experiencias que nos ocurren… La cuestión es que algunas de estas variables son fruto del azar. Por ejemplo, si yo nazco en una familia en la que uno de mis progenitores o ambos son racistas, es muy probable que crezca e incorpore como creencias propias cuestiones racistas. Y tome mis decisiones basándome en ellas, pero el hecho de que yo haya desarrollado esa percepción es totalmente fortuita, porque igualmente podría haber nacido en una familia no racista, y en ese caso, tendría otras convicciones.
Ocurre igual con las experiencias que vivimos y con las que forjamos el carácter. Continuando el ejemplo del racismo, mis creencias van a ser distintas si una persona de otra raza me ataca en un callejón y me roba, que si esa misma persona me ayuda un día que mi coche me ha dejado tirado en la cuneta. Y en cualquiera de los dos casos, que ocurra A o B, es una cuestión de azar. Si yo tomo mis decisiones en función de las experiencias que vivo y que son totalmente fortuitas, el resultado será que estoy decidiendo de la misma manera.
Los estereotipos de género son parte de esos condicionantes y se transmiten de manera que las personas incorporan como creencias sobre sí mismas ciertos comportamientos, formas de pensar y de hacer, en función de su género.
Por consiguiente, debería asumir el trabajo y el esfuerzo de cribar todas esas ideas preconcebidas que llevo en la mochila. Descartando aquellas que realmente no están de acuerdo con el sentido de la vida que he elegido y hacerme consciente de la influencia que todas esas variables tienen en mi manera de ver el mundo, de actuar y de decidir. En ese caso, siento que mi destino es mío y me construyo con mis actos y mis decisiones cada día. De lo contrario, el resultado final es que no tengo un criterio más o menos objetivo que me indique el camino y resultará que al final he tomado las decisiones de mi vida basándome en elementos fortuitos, en el sentido de que no los he elegido yo.
Por lo tanto, deberíamos buscar en nuestra agenda repleta de acciones, un hueco que aunque minúsculo sea trascendente, para estar a solas con nuestra persona y definir el sentido de nuestra existencia, lo que hace que nuestra vida merezca la pena ser vivida.
La importancia de los valores
El contexto actual, además de dejar en evidencia macro errores de cálculo en términos de apuestas estratégicas, traduce con crudeza las consecuencias de la falta de valores que hacen que los tiempos que vivimos no sean buenos. Si no que, muy al contrario, socialmente seamos testigos y protagonistas de una ausencia palpable de elementos éticos como la compasión, la confianza, la responsabilidad, la reciprocidad, el reconocimiento y el largo plazo. La crisis actual de nuestro entorno y del resto de entornos afectados por ella pone sobre la mesa la realidad de que nunca los tiempos han sido absolutamente favorables para los seres humanos. Sin embargo, todavía hay personas que esperan a que esta tormenta escampe para comenzar a comportarse a nivel individual en coherencia con lo que su esencia humana exige.
Es necesario, por lo tanto, y ahora más que nunca, hacernos conscientes de la absoluta necesidad de fortalecer esos valores y de asumir la responsabilidad a nivel individual, organizacional y social que a cada persona corresponde. Porque detrás de esos entes anónimos que denominamos mercados, instituciones, empresas, etc. hay personas con nombre y apellido que cada día toman decisiones y que construyen con ellas lo que somos a nivel colectivo. Es tiempo, por lo tanto, de reivindicar la necesaria responsabilidad de tener un comportamiento ético y de dejar de eludir la capacidad que acompaña a las personas de elegir. No queda más remedio que tomarse en serio esa capacidad de elección, esa responsabilidad sobre las decisiones que tomamos y sobre las consecuencias que tienen las mismas a nivel colectivo sobre nuestra comunidad.
Autora: Idoia Postigo