Hace poco más de una semana tuve una caída que, de forma abrupta e inesperada, me ha llevado a una de las experiencias que, de forma temporal, ha resultado ser de las más frustrantes, incapacitantes y dolorosas en términos de salud de mi vida hasta ahora. Y aquí estoy, en mi campamento base, aprendiendo a priorizar necesidades.
Mi vida, tal como era, se ha esfumado. Delante de mí solo veo un risco enorme, imponente, que me intimida y frente al que me siento absolutamente vulnerable e incapaz. La única variable que ahora mismo importa es mirar al cielo y averiguar si la climatología me permitirá ponerme en camino y empezar a dar pequeños pasos hacia la cima de ese pico. Si el tiempo no acompaña, habrá que seguir esperando, con mucha paciencia.
La montaña ofrece grandísimas lecciones de filosofía vital. Cuando subimos el volcán Misti de 5.825 metros en Arequipa (Perú), nuestro sherpa nos regalaba frases que hoy he rescatado porque sirven para la montaña y sirven para la vida: “La cumbre es cada paso, la cima es el camino,…”.
El hecho de que la vida te coloque de un plumazo en un campamento base, es una magnífica lección de humildad y de profundidad. Conecta de inmediato con la vulnerabilidad del ser humano. Ese sentimiento es francamente doloroso, pero intento imaginarme que es como el agua oxigenada en las heridas, que “pica pero cura”. Y en este caso, cura del espejismo de control y de capacidad. Hoy me siento mucho más vulnerable y más sujeta a los azares del destino de lo que me sentía antes de este inesperado percance, pero creo que me conviene transformar esa vulnerabilidad en realismo y en conciencia. ¿Para qué? Para dejar de imponer “mi ritmo” a las cosas y priorizar mis necesidades.
Y aquí viene otra de las reflexiones que quería compartir. En mi caso, no se trata de que esta estancia en el campamento base me sirva para darme cuenta de lo que de verdad es importante en mi vida. Creo que, sin ser atrevida, ese ejercicio lo tengo bastante actualizado. Me refiero al ritmo que en términos generales le damos al cumplimiento de nuestros objetivos vitales. Es como si hubiera que meter en la agenda, junto a las reuniones y las revisiones del dentista, las cosas que tienen un peso específico trascendente, como compartir nuestro tiempo (que realmente es lo único que poseemos y que podemos regalar) con las personas que realmente importan. Cuando se trata de pasar un rato con cualquiera de las personas que constituyen un pilar emocional de tu vida, el ritmo ya no es el de la agenda, sino el de la vida.
Otro de los símiles con la montaña, es que no se puede subir una cima sola. En primer lugar, porque quién va a probar luego que has subido, ¿eh? Bromas aparte, el camino se hace con otras personas. En este campamento base mío hace frío, pero me llegan mogollón de mantas de personas que, de una manera u otra, me transmiten su calor y una vez más ese mensaje rotundo de que no estás sola, nos importas,…¡Qué grande!
En cuestión de género, dicen que las mujeres somos “malas enfermas”, porque tradicionalmente nos han enseñado a cuidar y no a ser cuidadas. Nuestra autoestima bebe mucho de la fuente del cuidado de las otras personas y el traspaso de papeles pasa su correspondiente factura, pero una vez más, la vida es sabia y hace estéril cualquier signo de rebeldía. Esto es lo que hay.
Cada mañana, cuando vuelva a asomar la cabeza por la cremallera de la tienda de campaña, a ver si el tiempo me permite dar otros pocos pasos hacia la cima, voy a llevarme en la mochila todas las mantas y el calor de las personas que están conmigo. Voy a priorizar necesidades. ¿Es que puede haber algo más importante que esto para llegar a la cumbre? Con esa mochila, sigo siendo pequeña, pero empiezo a ver que la montaña no es tan inexpugnable y diviso caminos por los que aproximarme. Voy a pedir permiso a la montaña para continuar mi camino paso a paso y alcanzar mi cumbre. Eskerrik asko zaintzen nauzuen jende guztiari!
Autora: Idoia Postigo