En nuestra tradición histórica, ha primado la parte racional del ser humano frente a la emocional porque esta se consideraba, de alguna manera, incontrolable, pasional… Y la inteligencia emocional y el emprendimiento van de la mano.
Sin embargo, cada vez en mayor medida, los avances en investigación científica, psicológica y neurociencia prueban que, aunque en el hemisferio izquierdo de nuestro cerebro se aloja lo que tradicionalmente se ha considerado “inteligencia”. Nuestro hemisferio derecho alberga nuestras emociones o capacidad de sentir, nuestra autoestima, nuestro nivel de motivación, etc. Y esa parte tiene una influencia probada en nuestra faceta lógica y racional. La diferencia entre ambas es que, mientras la parte izquierda está sometida a limitaciones genéticas, la derecha tiene una capacidad de desarrollarse hasta el infinito.
Cuando hablamos de incorporar nuestras emociones en nuestro modelo de negocio, estamos hablando de inteligencia emocional. Según la definición de Daniel Goleman (1995) se trata de “la capacidad de reconocer, aceptar y canalizar nuestras emociones para dirigir nuestras conductas a objetivos deseados, lograrlo y compartirlo con los demás”. Dentro de este concepto incluimos, entre otras cuestiones:
- Conocer y manejar nuestras emociones.
- Relacionarse de manera saludable con las demás personas.
- Motivarse.
- Hacer frente a las frustraciones.
Al fin y al cabo, podríamos resumir en términos coloquiales que la inteligencia emocional sirve para crecer, para ayudarnos a ser algo que queremos ser. La inteligencia emocional nos sirve en el emprendimiento.
Ni en nuestro negocio o empresa, ni en ninguna cuestión de la vida, tenemos garantía de éxito. No tenemos la capacidad de modificar el contexto externo en el que nos movemos, sin embargo, sí tenemos la capacidad de que las situaciones retadoras a las que nos enfrentamos, no nos desgasten, no nos contaminen, no nos quemen…
La creación y puesta en marcha de una empresa será, seguramente, en el ámbito profesional una de las circunstancias que mayor nivel de estrés puede provocar y una fuente de obstáculos y retos a los que enfrentarse. En esa carrera de fondo, el éxito (entendido como “llegar al sitio donde tú quieres estar”), está influenciado en un porcentaje muy pequeño por nuestras competencias técnicas. La mayor parte del mismo reside en las competencias emocionales. ¡La actitud es fundamental! Y esa actitud implica que pase lo que pase, seamos conscientes de que: “yo no he elegido esta situación, este problema, pero ya que lo tengo, voy a pelear. ¡Esto no va a poder conmigo!” Acuérdate de que, genéticamente, nuestro cerebro está programado para que seamos felices, para disfrutar… Si no, mira a las niñas y niños.
Sin embargo, para lograr esa actitud, para contar con mayor tolerancia a la frustración, para ser capaces de aplazar la recompensa, es imprescindible que nos demos cuenta y ganemos consciencia de nuestros mapas mentales que son, simplemente, la forma de pensar a la que nos hemos acostumbrado.
En un principio, adquirimos los mapas mentales de nuestra familia. En la adolescencia, cuestionamos esos mapas: algunos los mantenemos y creamos nuestros propios mapas. En la edad adulta, normalmente, cuestionamos nuestros mapas cuando ha ocurrido alguna situación importante: ante una enfermedad grave, una situación emocional crítica, extrema. Es importante que cuestionemos nuestros mapas mentales con mayor frecuencia. Sin esperar a situaciones límite. Al cerebro humano le gusta lo conocido. Para lo bueno y para lo malo. Mecaniza comportamientos. Provoca una respuesta aprendida. Sin embargo, tú puedes obligarle a hacer algo nuevo, a ganar tus pensamientos y tus emociones para tu causa.
¿Por qué unas personas sonríen más que otras, ven más luces que sombras, se quedan con las ventajas y las oportunidades? Es relevante revisar tus mapas mentales. Por ejemplo, ir todos los días a trabajar “resoplando” y protestando te coloca en la antesala y te abre la puerta al sufrimiento. La gente que vive la vida como un peso, donde la sonrisa no tiene cabida, sufre un desgaste peligrosísimo. No podemos mutilar nuestras emociones.
Programar nuestro cerebro en positivo genera beneficios para tu salud, para tu grado de satisfacción con la vida y, cómo no, para tu empresa.
Autora: Idoia Postigo